El cine Morelos, un pilar en la historia de Vallarta (Última parte)

• Deudas y borracheras terminaron con el Cine Morelos
• El cine tenía cupo de 750 a mil personas
• Se expusieron peleas callejeras, de box y lucha libre

 

Don Zeferino García, hijo del “Chato” expuso que cuando pusieron la pantalla de material en el cine Morelos todavía había zacate, no estaba parejo, para 1953 lo emparejaron e hicieron más grande el salón. Cuando quitaron todo eso, hubo un cupo de 750 personas en un terreno que mide 25 de frente por 35 o 40 de fondo, lo único que estaba era la Capitanía.

 

Don Zeferino se entusiasma al recordar aquellos tiempos, mueve sus manos, echa su cuerpo adelante en el patio donde grandes árboles detienen el calor de la tarde. “Hubo ocasiones en que entraron más de mil gentes, todo al aire libre. Después se compraron 500 sillas de cedro con asientos de cuero, muy cómodas”, refiere.

 

Cuando se reventaba la película, -que se quemaba-, la gente agarraba las sillas y las quebraba de coraje, le gritaban a los cácaros (…) se les regresaban sus entradas para que volvieran al día siguiente.

 

Destaca que el primer personal estuvo conformado por el chofer de la Filomena, Pedro el “Chivas”, mi papá que vendía los boletos y don Cristóbal, el que los recogía. El que proyectaba era Román Rocha, quien tenía un ayudante que se llamaba Conrado Torres.

 

NO ERAN PELEADORES PROFESIONALES

 

Señala que su papá era muy astuto para los negocios y encontró el espectáculo en gente común y corriente, que sin ser profesionales, hacía que se pelearan al interior del cine con una muchedumbre alborotada.

 

En una ocasión en 1956, mi papá hizo peleas de box con gente de Vallarta, muy conocida ya mayor. Hubo una, entre un carpintero y un panadero, Machuca y Mardullo, hizo que se pelearan, no eran peleadores, solo gente como tú y yo. Hacía que se enojaran y luego que se enfrentaban”.

 

Luego hizo otra entre el “Yoyo” y Narciso. Un trabajador de la oficina de Hacienda, uno tenía lentes de fondo de botella y el otro “ciego”, así le decían.

 

Hizo como cuatro o cinco peleas de box, después trajo la lucha libre. Vino el Huracán Ramírez, Dorrel Dixon, Murciélago Velázquez, buenos luchadores con toda su comitiva y se cobraba caro.

 

Recuerda que el cine no tenía dulcerías, había un señor que le decían el “Cocodrilo”, él hacía tacos dorados, pagaba su boleto y se metía a vender, había otro que vendía dulces, cigarros, se ponía a la entrada del cine, por dentro en el pasillo. Pan de horno, charamuscas, pasteles, bolitas de panocha prieta, cocadas, coco de agua, tamales, etc.

 

En una ocasión, el cine tenía una pared larga, el cable del sonido estaba pegada a la pared, en la que salía y llegaba a las bocinas; un día, alguien le metió un alfiler de cabecita, al meterlo, se aisló el sonido. Entonces la película quedó muda…

 

Devolvieron las entradas. Al día siguiente, Rocha, inspeccionó el cable punto por punto, hasta que llegó a las bocinas y entonces descubrió el alfiler.

 

Expresa que luego, al mismo Rocha se le mochó el dedo con un engrane, luego de resbalar su mano con la grasa del aparato.

 

SE AHOGABA… NO SE AHOGABA

 

En una ocasión teníamos que ir a Ixtapa a llevar una película. Estaba lloviendo, nos fuimos en un jeep de la guerra, en Mojoneras había un puente y se atoró el carro, nos bajamos a quererlo mover.

 

Mi papá usaba zapatos mocasines y empujó también, pero como estaba resbaloso con lodo, se le salió el zapato, se fue de boca cayó sobre la panza y empezó a bambolearse, metía la cabeza en el lodo, y luego los pies, luego la cabeza, luego los pies, hasta que lo levantamos…

 

Destaca que el río Ameca creía mucho y era difícil cruzar hasta San José, a finales de septiembre, al jeep se le quitaba la banda para que no se mojara y se convertía en anfibio, entraba todo al agua y siempre salía, tuvimos el placer de que fuimos como 8 o 9 años en pasar.

 

A mi papá le encantaban los gallos, así se compró una granja, luego una carnicería… era muy emprendedor.

 

DESPEDIDA

 

“A la hora de la muerte de mi papá quedamos como dueños, cuando se hizo el cine Vallarta, (se tapó el cine Morelos), tuvimos que vender Ixtapa, San José y el Valle. Nosotros vendimos los tres cines en 100 mil pesos, eran muchos centavos y así entramos como socios al cine de Vallarta, 300 mil pesos le prestó don Inés Serna a don Cristóbal; nosotros le dimos 100 mil pesos y eso se abonó a capital”.

 

Don Cristóbal en 1977 se cansó y se enfadó de estar en el cine. Ya no es negocio, dijo, pues ya estaba el cine Bahía, las Peñas, el Liz Taylor, más acondicionados y con mejores películas.

 

Doña Carmen de Ruelas, su esposa, le dijo: déjaselos a ellos, que lo trabajen -a los García- si lo levantan bueno, si se les va para abajo, le entramos para ver qué sobró…

 

Y en 1978, me lo quedé, pero mi falta de experiencia y la borrachera, hicieron que quebrara.

 

“Aguanté todo el año, pero a partir de septiembre de 1978, ya no razonaba. Vendí una casa que me dejó mi padre en 200 mil pesos y le metí aire acondicionado, pero agarraba el dinero de las entradas y me iba al Punto Negro, con mariachi, alcohol y ahí se acabó todo (…)

 

“Para octubre de 1978, giré cinco cheques, sin fondos, como de 15 mil pesos cada uno. Un amigo mío, me hizo el favor de comprarlos. Los recogió y pagó. Hasta los dos años o tres le fui pagando”.

 

Dejó el cine por la paz y finalmente decidió poner un negocio de tortas que fructificó por mucho tiempo y que ahora solamente está en el recuerdo de los años.

 

MCJ/VB

 

 

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